martes, 9 de noviembre de 2010

Personajes de Caracas vieja



Los Castores, 26 de julio de 2008





Personajes:



Los que conocen a mi tío Hermágoras Hernández, muchos de mis amigos por referencia, saben que es un hombre de memoria prodigiosa, y aparte de ello estudioso y un excelente conversador.





La noche del 26 de julio estuvo de visita en casa, y después de cenar, y de unas copitas de Cardenal Mendoza, botella que me fuera regalada por un cardenal de verdad, El Cardenal Mons. Ali Lebrun, Dios lo tenga en la Gloria, nos pusimos a conversar de tiempos idos. No se como salió a la conversación la Caracas de antes y algunos de los personajes hoy olvidados por el tiempo, algunos fallecidos hace años. Gente cotidiana de la Caracas aun bucólica, romántica, y yo digo hasta inocente. La Caracas de principios de la segunda gran Guerra. De cuando comenzaban a ser una metrópolis, donde ya se asentaban hermosos edificios con humildes bodeguitas a su lado por compañeras, y los paseos y bulevares con sabor afrancesado. Donde los techos rojos se veían desde las amplias avenidas, y los recovecos de la ciudad vieja se apegaba a sus costumbres, olores y sabores.



Me cuenta mi tío de varios personajes, entre ellos, uno al que llamaban “El Botellón”



Este personaje, fue de los que nunca faltan en cualquier época, hoy le dirían asomado o arrocero. No podía producirse en Caracas, mitin, fiesta, o reunión donde él no estuviera





El Botellón, era un personaje de hombros caídos, por lo que visto por la espalda o de frente parecía una botella, de ahí su mote. Cuenta mi tío que el susodicho siempre andaba bien vestido y que en esos tiempos, a la hora de cualquier declaración de un ministro o de algún alto jerarca, él se las ingeniaba para aparecer a su lado, y más de una vez alguno de los parroquianos que lo conocía gritaba de entre la multitud: “Que hable el botellón”, lo que era acompañado por sonoras carcajadas





Existió por los lados del Pasaje Capitolio otro personaje, al que apodaban Juan Chiquito, siempre “empaltolao” y sentado sobre un baúl viejo, al que hacía sonar como un tambor. A veces era acompañado por otro personaje tan risible como él, pero este tocaba un par de maracas, ese era su oficio, y del fruto de sus canciones, salía la plata para comprar los traguitos de ron.





Existió también un señor pintoresco, era de apellido Miranda. Este vendía miel de abeja por los lados del silencio. El se floreaba con versos, quedándosele pegado uno a mi tío que decía: una señora mayor, que no podía caminar, se tomo su miel de abeja, y anoche se fue a bailar.



Había tiempo hasta para eso. Otro más atrevido, o quizás un inocente de esos que mandaban a vender, y que voceaba golosinas, y dulces, del tipo de los que hacían en La Cojita gritaba: Melcocha. Lengua e suegra, polvorosa, y agregaba en forma arrastrada y...“consuelo para las viudas”, que no era otra cosa que las hoy llamadas “señoritas” las barritas de pan.



Eran ellos estudiantes universitarios (Año 41) y sus lugares de correrías eran cerca de la iglesia de Paguita. Estando en la explanada sobre las escalinatas vieron pasar a un hombretón al que apodaban Pupú de Tigre, uno de ellos, ni siquiera le grito el apodo completo, sino que haciéndose bocina con las manos le grito “de tigre, de tigre” y vieron que el hombre volteo enfurecido, pero siguió caminando, y ellos, entre risas y jarana siguieron estudiando. Grande fue su sorpresa cuando el apodado le salio de atrás de donde ellos estaban ensimismados en sus libros, dispuesto a vengar la afrenta, por lo que corrieron en desbandada total.





Carlos M. Sebastiani B

No hay comentarios: