miércoles, 27 de agosto de 2008

Añoranzas

Los Castores, 27 de agosto de 2008

Añoranzas

Atravesar un valle conformado por vegetación xerófila en la Isla de Margarita lo llena a uno de sorpresa por su generosidad, belleza y reminiscencias. Muchos hay: Arimacoa, Valle de Pedro González, o el Salado, como se le conoce ahora, El del Caraney, a las faldas del cerro con el mismo nombre, al sur de la Isla, y en frente de la laguna las Marites. Los pequeños valles que se forman en la zona del Espinal, donde hasta grandes datileras llenan los espacios; los de la zona del Cardón, al nordeste de la isla; estos en la sección de la Isla que se conoce como Margarita.
En la Península de Macanao, la otra sección, el bajo índice pluviométrico, es aprovechado por estos paisajes, los cuales se alegran además por la fauna de pájaros, conformada por más de cien especies diferentes de aves que hacen del terreno el lienzo que pintan en sus vuelos con sus multicolores plumas.

Particularmente me atraen mucho los que se forman entre los pequeños cerros que están a medio camino entre Pedro González y Altagracia: Sitio de Suárez, o Los Hatos, como también se conoce a esta población del norte de la isla. No solo por la variedad de cactus, yaques, yaguares, pitiguey, guasábanos, cuicas, arbustos de verde intenso en cualquier época del año, retamas, tunas, orégano, sábilas, caracueyes con su centro de color rojizo, y muchas otras herbáceas, perdidos olivos y guayacanes que festonean el terreno, sino también por la composición morfológica del mismo
El terreno es pedregoso suelto, de granitos variados, constituido por partículas finas o medias, formado por cristales de cuarzo, feldespato y mica que junto a las lajas, al canto rodado, y la serpentina pelean con la arena blanca, o rojiza, por adueñarse del espacio.
A pleno sol, hasta las piedras parecen chirriar, pero la sombra de una cuica, o un árbol de guayacán perdido, alivian los rayos solares del camino.
Cuando llueve es otra cosa. Las carnosas hojas de las tunas, cardones, y otros arbustos se desvisten de polvo y agradecidos liban la dulce agua, Pequeñas corrientes se deslizan por las grietas del terreno hallando el camino formados por miles de lluvias caídas. El parduzco y los verdes apagados renacen en todo su esplendor. Verdes de miles de matices, los rojos de las brotadas y dulces tunas, el humilde pitiguey, dulce y refrescante, la sabrosa curichaguas y hasta los pepinos de monte se hinchan hasta reventar. Cuando deja de llover es otro espectáculo, entonces son saetas de colores que surcan el cielo, trinos, pitidos y cantos sonoros, de miles de pájaros que celebran la lluvia y enseñorean su territorio. Hora de bañarse en los pequeños pozos y de volar de rama en rama, de árbol en árbol, buscando los frutos más vistosos. En lo alto los zamuros saludan el cielo.
No hay nada más sabroso, en estos particulares valles, que después de una lluvia poder oler la leña recién encendida.
El humo abraza los árboles, se hace neblina el paisaje, hora de calentar el aripo y de arrimar las sabrosísimas arepas de maíz raspado (con cal), o pelado (cenizas), que se doran al rescoldo de la brasa.
En algún conuco el olor de café recién colado y un pequeño tronco para sentarse se hacen compañeros por un buen rato

A lo lejos se oyen los ladridos de los perros, o el rebuzno de algún burro.

Carlos Marcos Sebastiani B

El diulce sabor del merey pasado

Los Castores, 24 de febrero de 2007
El dulce sabor del Merey Pasado
Mi buena amiga Rebeca Vargas tuvo la gentileza de regalarme un libro que es una verdadera joya: “El Luchador de Ayer”. Es una recopilación de noticias, reportajes y anécdotas que fueron publicadas en el revivido periódico El Luchador, con más de un siglo entre los guayaneses y fundado por el hoy fallecido Jorge Suegart.
Hojeando el libro me encontré que el 17 de diciembre de 1907 se publicó en El luchador un pequeño artículo que habla sobre el Merey pasado. Se aseveraba en ese artículo que para esa fecha era desconocido el Merey pasado en Ciudad Bolívar, que una señora lo trajo desde Santo Domingo; y visto que en Bolívar se daban de lo mejor, era posible aclimatar esa industria en la ciudad, cosa que sucedió.
Esta publicación trajo a mi memoria recuerdos de infancia. Nuestra casa en Ciudad Bolívar estaba situada en un sector que llamaban Los Morichales. Poseía un gran patio donde crecían orgullosas matas de mango, de tres o cuatro variedades, que daban hermosos racimos de colores intensos y suaves, de rojos, amarillos, rosados, y morados. Realmente a uno le costaba decidirse por cual. Había al menos tres árboles de guanábano, ciruelos de pulidas frutas rosas o moradas. Los dulces anones competían en sabor con los otros frutos. Los dulcísimos nísperos aguaban la boca de solo verlos. Y no digamos guayabas, naranjas, toronjas, parchitas y hasta árboles de olorosas sarrapias. Árboles sembrados en su mayoría por mi abuela materna: Mi tía Mina (Guillermina) como le decíamos. En la casa nunca faltaban mermeladas, compotas, cristales, caratos, y cuanta delicia se pudiera elaborar partiendo de cualquiera de las frutas que se daban generosas y casi sin par. Siempre preparadas con la paciencia que requería hacerlos, en esa época no habían ayudantes de cocina, licuadoras, cortadores etc. todo era hecho a mano con tamices, rallos y coladores.
Pero quizás uno de lo frutos que yo más apreciaba era el Merey, dulce, jugoso y un poco astringente. No perdíamos nada, hasta la semilla la asábamos, y era pasar una tarde de aventuras con mis hermanos. Las matas de Merey quedaban en el fondo del patio como a 40 ó 50 metros de la casa. Y siempre íbamos escondidos de la mirada de nuestros mayores quienes nos reclamaban que manchábamos la ropa con el jugo de la fruta, o que nos podía picar un animal. Correr detrás de los matos y tuqueques, las iguanas, o los pollos y gallinas, que vagaban realengos por el patio hasta que eran invitados a participar en un sabroso “pelao”[1] era el juego por excelencia. Debajo de las matas de Merey, en su pata, se arremolinaban puyuas matas de dulces y olorosas piñas, y cuando encontrábamos una era parte del regalo del día.
Pero habían excursiones autorizadas por mi Tía donde recogíamos mereyes, ella preparaba jugos, cristales y otros platos de dulcería, pero el mejor era el de Merey pasado, o en almíbar. Todavía guardo en mi memoria el sabor picante y dulzón del almíbar cuando se ponía a cocinar, el puntico de clavo especie. Y después de cocidos y escurridos, verlos secarse bajo el ardiente sol de Ciudad Bolívar. La casa se impregnaba del sabroso olor. Ver las semillas asarse sobre un pedazo de zinc, agujereado, rechinante sobre la candela, y luego extraer del negro carbón en que se convertía la nuez, agarrar la blanca crujiente, apetecible, y adictiva semilla del Merey. El dulce, una vez seco y oscurecido por el sol, no habría higo, orejones, o damascos que le ganare en sabor
Carlos M. Sebastiani B.
[1]Sabroso plato de la culinaria guayanesa con base en arroz, presas de gallina, alcaparras, etc.

El pelao de gallina (Cd. Bolivar)

Los Castores, 26 de junio de 2004

El Pelao de Gallina, o Pelao Guayanés, (plato típico de Guayana – Ciudad Bolívar)

Mi hermano, José Gregorio Sebastiani, actualmente vive en la Ciudad de Kalamazoo, Michigan, y después de ver el correo que le envié el día del padre (fotos del pequeño condumio), se acordó de un plato guayanés que es el Pelao de Gallina.
Él me mandó este correo, con la solicitud de una sabrosa receta de nuestro terruño Cd. Bolívar.
Como él me pidió que la escribiera con lujos de detalles, ahí le va; y de paso se la mande a todos ustedes para que se la aprendan:

Correo enviado por José Gregorio:

“Que bueno se ve eso, como me gustaría estar allí, me quedaré con las ganas.
Necesito un favor: quiero que me escribas con lujos de detalles como hacer un PELAO GUAYANES ( ARROZ AGUAITO, O ASOPADO) COMO EL QUE HACIA MI TIA MINA Tengo antojo por favor lo mas pronto posible chao Josegre.....

Nota. Mi hermano se refiere al asopado de arroz. Este sabroso plato llega a nuestro país desde las antillas. Años atrás había un gran comercio en toda esa zona del Caribe, y a lo largo de todo el tránsito fluvial del Orinoco. La cocina guayanesa ha sido influenciada no solo, desde Puerto Rico y las Antillas menores, sino inclusive desde la India. Paltos como el Rotí, el Kalalu, el Akra, la Domplina (Domplin), etc. se hicieron populares sobre todo en la zona del Callao. A esta zona vinieron muchos antillanos en busca del comercio del oro y la balatá. La costumbre del uso del curry, cúrcuma etc.
La diferencia es que en las antillas generalmente estos asopados se preparan con mariscos, y crustáceos e infinita variedad de peces, en Guayana generalmente se prepara con gallina, que es de más fácil obtención.


Para empezar “mi tía Mina”, en realidad mi abuela materna, era un personaje, de la que todos que la conocieron se acuerdan, de su forma de ser, y sus “mamaderas de gallo”.

Un gesto de su forma de ser:

A ella le gustaban mucho los animales, y en la casa siempre había loros, perros, gatos, morrocoyes, pájaros de todo tipo, y por supuesto, el infaltable gallinero. En ese entonces vivíamos en Ciudad Bolívar.
Los que han tenido la suerte de vivir en ciudades del interior “o son de la época antigua” recordaran que cuando una gallina “saca los huevos” o sea, que estos eclosionan, siempre hay uno o dos pollitos menos desarrollados, que generalmente mueren “Darwin y su teoría de las especies: La selección natural”. Pues mi tía Mina estaba pendiente de esos animalitos y los sacaba del gallinero no lo fueran a matar los más fuertes.
Los “viejitos” como la gran mayoría de los que aparecen en las direcciones de este correo, se acordaran que las mujeres de antes, portaban siempre vestidos con grandes bolsillos, o unas especies de batas para andar por la casa. Mi tía, agarraba esos pollitos los envolvía en un pequeño paño, y se los colocaba en el bolsillo “una especie de incubadora, y los alimentaba dándole la comida en el piquito, que generalmente era pan duro disuelto con leche.
Al final estos pollitos eran los más fuertes, los que más crecían, engordaban, o ponían huevos en la mañana y en la tarde, los más sabrosos. “Aquí Darwin se “peló” con su teoría”..............

Bueno familia aquí les va la receta con lujo de detalles:

Las raíces de la semilla de arroz (estolón) luchaban por arraigarse entre la fértil tierra sumergida en agua.
Habían sido colocadas en hileras que se perdían en la distancia en grandes campos anegados. Apenas tenían tres días de haber sido colocadas por las hacendosas manos y ya sentían los nutrientes que subían por el tallo. Varios meses pasarían antes que las hermosa y cuajada espiga surgiera de sus entrañas para recibir los dorados rayos del sol, y hasta que el grano, henchido y generoso anunciara a los cuatro vientos que ella estaba listo para ser cosechado.

El dulce almíbar corría por el crisol hacia el molde, el olor era fuerte y empalagoso.
El calor generado por el fogón que calentaba las grandes pailas, en donde se batía la mezcla, era casi insoportable; sólo los hombres y mujeres curtidos por los años de años, sacándole el jugo a la noble caña, para elaborar el sabroso papelón parecían no sentir el fuerte calor.
Es mas, las mujeres que batían el caldo de caña hasta hacer que se fuera espesando para llevarlo al punto de vaciado en los moldes, cantaban y charlaban mientras seguían con su monótono oficio.

En la Alacena, se oía un murmullo de conversación, las pretenciosas alcaparras en sus elaborados frascos veían de reojo a la sal, y al aceite; mientras el comino desde su frasquito le decía a la alcaparra:
-Mira no te la eches de tanto, que yo también he viajado por los siete mares, y aquí mi amiga la pimienta también ha cruzado el océano.
La alcaparra, en forma petulante, respondía:
- Todo lo que tu quieras decir, pero a mí me utilizan solo para los platos especiales, en cambio a ti comino, te colocan en cuanto grano hacen, y a la pimienta la usan hasta para alejar a las chiripas, “así es que no vengáis con esas cosas”.
La pimienta que estaba furiosa, y ardía de la calentura, le dijo al comino, refiriéndose a la acaparra:
-Mira a la ridícula esta, ahora y que hablando como maracucha, y que “no vengáis”, ridícula.
La alcaparra se puso verde de la calentara y dijo:
-Digan lo que diga yo soy de alcurnia y ustedes son de la plebe.
- De la plebe será tu madre. Dijo la pimienta furiosa, mientras el comino, el clavo especie y la cúrcuma, la rodeaban para que no saltara sobre las alcaparras

La alcaparra no les dio más importancia a sus interlocutores, mientras otros frascos que estaban en la alacena reían a más no poder.
En un recipiente abierto, construido de madera y adosado a la pared en uno de los lados de la cocina, reposaban la cebolla, el pimentón, el cebollin, el tomate y el ajo, todos luchaban por exhalar el más fragante olor. Querían mostrar sus mejores colores, querian ser incorporados al guiso que pronto se prepararía, pasar a formar parte de algún sabroso plato, llegar a cumplir con su naturaleza, con el objetivo para lo que habían venido al mundo, extrayendo lo mejor del suelo y creciendo con los rayos del sol y la generosa agua que los alimentaba. Que orgullo revolverse con otros vegetales y condimentos y producir las más sabrosas reacciones al paladar, regodearse en el sabor, olor y colores de una sabrosa salsa. Era lo que ellos querían. Les aterraba desaparecer poco a poco en una bolsa de basura, o pudrirse lentamente en algún rincón sin haber brindado lo mejor de sí.

La mañana había amanecido fresca, la noche anterior había llovido con gran intensidad, sin embargo, la tierra bolivarense, más que tierra, arena había chupado toda el agua, y solo quedaba como una costrica de arena endurecida en la superficie, donde se imprimía la huella de la persona que caminara por encima.

Mi tía Mina ya nos había dicho que ese día haría pelado de gallina, y todos nosotros, yo no tendría más de 10 ó 12 años, y mis hermanos, y primos, que vivían en la casa de al lado íbamos desde los 5 `0 6 años hasta mi edad. Todos participaríamos en la operación de agarrar a la gallina. Normalmente las gallinas que iban a ser beneficiadas eran sacadas del gallinero un par de días antes para que no se echaran (incubaran huevos) entonces el problema era agarrarla porque la dejaban libre para que vagaran por el patio.
Mi tía dio la orden y salimos corriendo para cercar la gallina, éramos como cinco muchachos más blaky, un pastor belga que teníamos en la casa. Los loros nos acompañaban con un alboroto desde sus jaulas, las gallinas y el gallo del gallinero, se quedaron estáticas, muchas de ellas con una pata levantada, viendo lo que pasaba fuera el corral y sintiéndose seguras en su recinto, mientras echaban unas ojeadas hacia el gallo, quien con las alas abiertas para parecer más terrible Estaba a punto de saltar sobre cualquier peligro y defender su harem.
Yo corría atrás de a gallina mientras mi hermano Oswaldo, la esperaba emboscado detrás de una mata de mamón que había en el patio.
Noelia, la más pequeña de todas decía:
-yo, yo, yo la quiero agarrar.- y todos decíamos: “si que la agarre Noelia, “a lo coreano”, esa era una clave que usábamos para dejarla participar pero como decíamos antes: de embuste, embuste”, con el fin de no tumbarla en una carrera o darle un golpe sin querer. Ella por su parte se afanaba corriendo y dando gritos.

Después de un rato de estar en la carrera detrás de la gallina, ésta pasó por un lado de mi tía Mina quien la agarró por un ala. Todos nos reíamos y aplaudíamos.
Mi tía siempre nos enseñaba cosas prodigiosas. Posaba la gallina en su mano izquierda y le estiraba delicadamente el cuello con la mano derecha, y la sostenía un rato así, luego soltaba el cuello, el cual permanecía erguido, pero lo que nos llenaba de asombro era que al mover con cuidado el cuerpo de la gallina, hacia arriba o hacia abajo, a un lado o a otro, la cabeza del ave permanecía en el mismo sitio, y el cuello se contraía, se estiraba, o se ladeaba para seguir al cuerpo. Nos parecía cosa de magia.

Una olla con agua hirviendo fue traída al patio. Introdujeron la gallina en el agua hirviendo para que se le aflojaran las plumas. Seguidamente se desplumo, se le cortó el cuello y se colocó boca abajo para que botara la sangre. Luego fue despresada en trozos. La carne se veía jugosa y apetitosa.
En una sartén bien caliente, mi tía coloco un poco de aceite, y al estar a punto le echo la ralladura de papelón, hasta que este se dorara, luego colocó los trozos de gallina y los fue moviendo lentamente, procurando que cada pedazo estuviera en contacto con el papelón. Le colocó dos tazas de agua, una vez que estuvieron doradas las presas.
Luego tapó la olla, para que se cocinaran bien. El olor que salía de la cocina era insuperable. Mientras se cocía la gallina, mi tía picó, el tomate, el ají dulce, el ajo, la cebolla, el cebollin, bien picaditos muy finos y los comenzó a sofreír. El olor era cada vez más apetitoso. Blaky en el patio movía la cola rítmicamente y paseaba de un lado a otro, viendo para la cocina, impaciente por que le dieran su parte, para él lo mejor de todo el plato, los huesos.
Agrego un poco de sal para ir dando gusto al sofríto. Cuando el guiso estaba con lo mejor de sus jugos se lo agregó a las presas, las cuales quedaron ahogadas en la sabrosa salsa. Le echo otro poco de aceite, dos tazas más de agua, (si quieres le echas una o dos tazas de vino blanco) y la dejo hervir una media hora más a fuego no muy alto.
El olor que salía de la cocina hacia que los jugos gástricos de cada uno de nosotros, trabajaran a millón. Unos salimos a comer mamón, otros mangos, o unas rojas y sabrosas ciruelas que se daban en la casa, los más atrevidos, como yo, nos robábamos un pedacito de casabe, un pedacito de queso y un rolito de papelón, Yo sabia que mi tía Mina se daba cuenta pero yo era su consentido.
Mi tía destapó la olla, y una nube blanca de vapor salió del recipiente, ahí casi nos volvimos locos de sibaritismo, esperando el delicioso plato.
- Mamá ¿por qué no haces un carato de mango?, O un jugo, para tomar.
Le dijo Noris, nuestra hermana a mi mamá, quien hacia de ayudante de cocina de su mamá, o sea mi tía Mina, que nosotros le decíamos así, y que en verdad se llamaba Guillermina, Bueno sigo con la receta.
Cuando todo estuvo hirviendo la gallina blandita y en su punto. Le colocó el arroz. Y no así como así, en ese entonces había que colocar el arroz en un recipiente y empezar a “escogerlo” es decir, sacarle las piedritas, el arroz partido, pedacitos de conchas y otras impurezas, no como ahora que viene hasta “Par boil” luego había que lavarlo, porque estaba lleno de polvo de arroz, producto de la fricción de un grano contra otro, y esto espesaba demasiado el Pelao
Al final mi tía colocó un caldo de pollo previamente preparado, las hojitas de laurel, la pimienta, el comino, y por último las alcaparras, las cuales cayeron en la olla con un dejo despectivo hacia los otros condimentos. Ante de bañarse en los jugos de la cocción dijo, “no me hagáis “arrechar”, porque opaco sus insípidos sabores”, y se zambulleron con soberbia.
Mi tía probó la sal y preparo un poquito de compuesto amarrado para colocarlos en la olla durante la cocción y luego retirarlo con facilidad.

La cocción se mantuvo hasta que los granos de arroz estuvieron blanditos y empapados de todos los jugos. El caldo debía de sobrepasar unos tres dedos por encima del arroz ya hecho, de forma tal que cuando se sirviera, el arroz y la presa, se le agregara un poquito de caldo para que quedara “asopao”.

Pusieron la mesa, y nos sentamos a disfrutar de tan delicioso plato, lo único que quedó fueron los huesos de Blaky, nuestro perro, y unos pedacitos de casabe mojados con guarapo de café. Porque hasta del aguacate picado en pedacito, para los que quisieran echarle adentro al Pelao, solo quedaron las conchas y la pepa.
Mi mamá había hecho un carato de mango que bien friíto nos supo a gloria.

El olor había llegado hasta el gallinero, cuyas aves esperaban también las sobras.
Una gallina rechoncha, y mal encarada que andaba por ahí, se colocó cerca de la entrada del recinto para ser la primera en picotear las sobras, Sabía, por el olor, que las sobras que traerían contendría arroz, ojala hubieran dejado bastante. Se relamía el `pico de gusto.
Pensó mientras esperaba, “como le gustaría participar en ese plato”................

Carlos Marcos Sebastiani

Ingredientes:
1 gallina de 2 ½ Kg o tres pollos grandes. Si no consiguen la gallina.
4 tazas de arroz (aproximadamente media taza por persona)
3 cdas de papelón rallado
2 Lt de caldo suave de pollo previamente preparado, con un par de caparazones.
3 tazas de aceite
400 gr de cebolla finamente picada
100 gr de ajíes dulces finamente picados
4 ramas de cebollin finamente picados
3 tomates maduros sin piel y en trozos bien pequeños
3 cdas de alcaparra
100 gr de pimentón finamente picado
1 cda de ajos machacados
Sal al gusto
Puñito de compuesto.
1 cdta de pimienta negra, o blanca, también se le puede agregar un poquito de Curry, como lo comen en trinidad, que es el plato nacional.
1 cdta de comino
cuatro hojitas de laurel
Bueno creo que esta bien detallado, lo que te pido es que no me solicites la receta del pastel de Morrocoy, o la sapoara rellena.
Carlos Marcos.
P d. Espero que disfruten

El reloj del Paseo Orinoco (Cd. Bolívar)

El Reloj del Paseo Orinoco
(Ciudad Bolívar, Estado Bolívar- Venezuela)

El magma, pugnaba por moverse a través de kilómetros de roca que lo separaba de la superficie.
La roca solidificada en el proceso era sometida a altas presiones y temperatura.
El contacto con la ígnea masa hacía que la piedra se derritiera y se descompusiera en sus elementos primarios, para volver a estructurarse cuando bajaba la temperatura.
Capas enteras de miles de kilómetros de largo y cientos de ancho, se desplazaban una sobre otra. Este desplazamiento sometía los bloques pétreos a fricciones inimaginables para formar todo tipo de detritus rocoso y aleaciones.
Los metales se fundían y se evaporaban. Luego volvían a solidificarse cuando variaba las condiciones, o cuando eran expulsados hacia arriba por las fallas que encontraban.
Estas fallas terminaban generalmente en gigantescos volcanes sobre kilómetros de corteza que se fueron construyendo lentamente.
El planeta había tardado cientos de miles de millones de años en solidificarse.

El hombre palada tras palada iba llenando el carretón con la piedra extraída duramente en la mina de cobre. La piedra contenía sulfuro de ese metal, cosa que le daba un aspecto rojizo; en un lado era parda, y en otro brillante. El sudor le caía en grandes gotas sobre el material que paleaba. Una gruesa gota cayó sobre una enorme piedra que el hombre decidió introducirla directa con la mano dentro de la carreta. Después de llenarla la llevó al vagón que lo cargaría hasta el sitio donde separarían el sulfuro de cobre de la dura piedra.

La casiterita, bióxido de estaño, es escasa en la corteza terrestre, este material contiene el metal de color diamantino que en ese momento trabajaban en la fundición.
El fundidor se afanaba en los crisoles para obtener la mezcla perfecta. Fundió y filtro varias veces el material por separado, en las proporciones exactas, una y otra vez hasta obtener un material puro sin ninguna clase de ripio.
Los moldes donde vaciaría el bronce, producto de su aleación, habían sido trabajados con cuidado.
Uno era un acabado directo. Era una especie de base de un solo brazo para ser adosado a una pared. Se podían apreciar varias vueltas, especies de círculos y rosetas que se formaban una dentro de otra, dando al apoyo un carácter fuerte y hermoso de las ramas caprichosas de un árbol. Otros moldes eran láminas para contener el dispositivo mecánico, eran redondos y finos.
Una vez desmoldados habría que pulirlos y llevarlos al tamaño requerido; laboriosamente poco a poco con limas de todo tipo y brocas para los agujeros que los sujetaría.
El bronce orgulloso saldría de los crisoles y miraría de reojo las pocas piezas de latón y de hierro forjado que conformarían el conjunto.

A varios kilómetros de la fundición, el relojero trabajaba laboriosamente en el mecanismo. Decenas de piñones se alineaban en un orden solo conocido por él.
En ese momento se afanaba en el mecanismo de escape que liberaba un piñón que se adosaba al cintillo metálico enrollado. Este cintillo de forma circular recibía cada vuelta para impulsar el mecanismo liberador del piñón de las manillas en engranajes cuidadosamente calculados. El dispositivo para la energía eléctrica e iluminación del reloj estaba adosado al cuerpo principal del reloj, el cual seria introducido en la armazón que previamente había diseñado para ser vaciada en la fundición.


El barco remontaba el Orinoco un poco más arriba de su punto de atraque, para luego en el trayecto de descenso atracar cuidadosamente en Puerto Blhom. Las bodegas venían repletas de mercancía. Zarpó de algún puerto Europeo haciendo escala en varios fondeaderos de distintos países, cargando y descargando mercancía. Una caja de regular tamaño que había sido embarcada en Alemania reposaba recostada de uno de las mamparas.

El dispositivo contenido en la caja sentía el bamboleo del barco, y las voces de los estibadores al subir y bajar nueva mercancía. Presentía que había llegado a su puerto de destino.
Al poco rato después de oír palmadas y risas, así como los gritos de los marineros en la maniobra de atraque, sintió movimiento en los cajones aledaños.
Sintió cuando era levantado con cuidado y subido a la cubierta, luego lo bajaron por la rampa y lo subieron a una carreta.
Oía voces extrañas algunas en un idioma que no conocía.
Luego sintió cuando lo bajaban de la carreta y lo colocaron en una bodega, el ambiente era cálido y a la vez húmedo. Pensó que todavía no le tocaba exhibirse ni marcar el tiempo.
Pasaron varios días y tenía miedo de haber sido abandonado.

Una mañana notó que abrieron la puerta de la bodega y como quitaban la pesada lona con la que habían cubierto la caja que lo cobijaba. Lo llevaron hasta una gran mesa y comenzaron a desembalarlo. La primera claridad que toca su metálica piel le llenó de gozo. Sintió unas manos conocidas que lo limpiaban y le sacaban el poco polvo que había agarrado en el viaje. Luego lo fueron armando, ahora sentía su cuerpo completo. Sentía su apoyo, se enorgullecía de lo claro de su cristal, sus hermosas manillas que terminaban en forma de lanza una, y otra parecía un corazón. Sentía la precisión de su mecanismo, estaba deseoso de recibir los rayos del Sol y la caricia de quien sería su eterna enamorada: la luna.
Oyó varias voces. Sintió como fue cubierto por una tela espesa y colocado de nuevo en un coche. Varias personas iban en la parte de atrás del quitrín, eran varios quitrines y carretas que lo acompañaban. El trayecto fue corto más bien, y mucha gente aplaudía cuando pasaba por el frente de las casas que se alineaban en una línea recta perfecta. Los niños reían y saltaban corriendo al lado de la carreta formando una gran algarabía. El vehículo dio una vuelta en la esquina y llegó a una hermosa casa de ventanas forjadas. Ya habían sido instalados unos anclajes que solo esperaban por él.

Los propiciadores de que él estuviera ahí, se habían retirado junto con las autoridades de la ciudad, mientras el desfile de personas era interminable. Muchos pasaban varias veces para ver el reloj. Otros sencillamente se sentaban en los brocales de las jardineras. O se detenían charlar entre ellos echando miradas disimuladas hacia el Reloj. En la noche sería otro espectáculo ya que el Reloj poseía iluminación propia.

Con el tiempo el reloj se acostumbró a la gente que lo miraba, a los rayos ardientes del sol, a las fuertes lluvias. Podía ver las crecidas de su cercano compañero: El Orinoco, que más de una vez fue a visitarlo hasta los bordes de la casa donde el estaba asentado. Vio crecer los ahora frondosos árboles. Vio construir y derrumbar edificios como el antiguo mercado. El malecón que bordeaba el rió.
Sintió el pavor de la gente durante las guerras civiles. La Batalla del Cerro del Zamuro. Vio llegar los barcos cargados de tropa. La caída de Pérez Jiménez en el 58.
Vivió las fiestas de la ciudad. Un día oyó sobre la construcción del puente para atravesar su amigo el Orinoco y se sintió orgulloso con él.
Oyó la música de Alejandro Vargas, A Carmito Gamboa, al Pollo Sifonte. Se deleito con las notas de la trompeta de Juanito Arteta. Y más recientemente a Serenata Guayanesa.
Que sabrosas era la música y fiestas que se daban en el Mirador, hasta las pequeñas olas del rió bailaban a los sones de la música de todos estos artistas.
Como le gustaba el grito de ¡ya salió la sapoara! y ver evolucionar a los pescadores en sus piraguas con velas al viento, o cuando años atrás por el viejo paseo debajo de los segundos pisos de las construcciones, los vendedores voceaban sus mercancías en elaboradas carretas o en la sencilla carretillas: Turrón, Turrón de los Souhterland, jalea de mango, turrón de moriche, o mamón, el mamón, o pirulí, aquí llegó su pirulí, y tantas otras cosas que oía vocear; como le gustaba el olor de una mata de sarrapia que estaba cercano a él..

Las cosas habían cambiado mucho, la gente no lo miraba. A veces, de tiempo en tiempo, sentía alguna mirada que se posaba sobre sus bronces, Eran ojos cansinos acompañados por arrugas y canas, eran sus viejos amigos, había visto partir a muchos y había hecho nuevos.

Pero la ciudad seguía su propio paso y lo estaba dejando atrás.
Como le gustaría volver a marcar las horas, con orgullo, sintiéndose necesario, sintiéndose visto, sentir que las miradas se posaban de nuevo sobre él.
Ver como los visitantes se quedan asombrados ante su categoría. ..... y sobre todo poder dar la hora para aquellas personas románticas que elevaran su mirada y sacar un hermoso recuerdo de sus propias memorias.

Carlos Marcos Sebastiani B.


Los Castores 3 de mayo de 2004

domingo, 13 de enero de 2008

Hombre y Sociedad

Cualquier diccionario nos definirá la palabra Hombre, como un ser dotado de inteligencia, del reino animal, mamífero, y capaz de comunicarse a través de un lenguaje articulado. Como un ser formado por cuerpo y alma.
Sin embargo esto va más allá, ya que la pregunta en sí, ¿qué es el hombre?, presenta unas características muy especiales, ya que interpela al mismo hombre que se interroga, sobre todo en este mundo de hoy donde las explicaciones racionales, científica han envuelto su esencia y naturaleza como ser superior dotado de inteligencia y voluntad, en un eslabón más de un proceso natural dentro del desarrollo de las especies, poniéndolo, como una concesión, en el vértice de la pirámide de ese desarrollo .
Sin embargo el solo hecho de que el hombre se pregunte sobre sí mismo, lo pone por encima de cualquier otro ser, animal o cosa, por ejemplo, un árbol, un vehículo, un animal quienes no se preguntan sobre su existencia, origen o fin, interrogante que si se ha planteado la humanidad desde el comienzo.
La ciencia de la filosofía, ha tratado, desde sus múltiples corrientes, explicar, o hacer un estudio racional del pensamiento humano en su doble dimensión, desde el conocimiento y la acción. Las grandes civilizaciones y culturas en nuestra historia han tratado de dar una explicación a esta pregunta. La manifestación del hombre como ser religioso también agrega sus definiciones en busca de una repuesta.
Todas estas inquietudes del hombre por conocer su principio y fin, han contribuido al hecho del conocimiento en si de lo que es el hombre.
La Fe cristiana, que dimensiona al hombre como hijo de Dios y a la naturaleza como su obra, es la única que puede confirmar y esclarecer una explicación, aunque parezca paradójico, racional, al ayudar a comprender la inteligencia del descubrimiento del origen del hombre, y su fin, desde la magnífica obra de la creación emprendida por Dios.
El hombre, es decir, hombre o mujer, en cualquiera de sus etapas de desarrollo, ser individual, dotado particularmente de inteligencia y voluntad, es por naturaleza un ser gregario, o sea, gusta estar en compañía de otros de su misma especie. Hecho que desde los inicios de la humanidad, ha sido uno de los motivos de su desarrollo social. Compartir ideas, inventos, estilos de vida, y hasta para la supervivencia y la guerra. Desde aquellas lejanas organizaciones tribales, matriarcales donde las mujeres desempañaban, por ser fuente de vida, un papel predominante en esos grupos humanos particulares, hasta las megas ciudades y sociedades globalizadas del día de hoy, el hombre ha dado un gran paso en lo que se refiere a la estructura de su relacionamiento social.
Una sociedad, es un conjunto de personas, que forman familias, comunidades, naciones, que interactuan entre sí, donde existe un diálogo. Intercambio de trabajo, medio donde el hombre puede desarrollar sus capacidades y potencialidad, donde puede responder a su vocación para servir a los demás, donde cada individuo tiene deberes con la comunidad, donde debe ejercer sus derechos, respetar las leyes. La sociedad obedece a reglas específicas, pero para ser sana, su principio y fin, debe ser la persona humana, y todo lo que ello involucra, hacia la persona en sí y al medio ambiente que lo rodea.
La sociedad, y por supuesto el Hombre de hoy, mediatizado, bombardeado diariamente con nuevas tecnologías, estilos de vida y de relacionamiento social, ha perdido lo más hermoso de su dimensión, el amor, y la solidaridad, en ara de patrones económicos, políticos y sociales, donde el hombre en si es un medio.
Hoy día, es cada vez más difícil, pensar, o encontrarse consigo mismo, analizar los esquemas de relacionamiento que se viven, muchas veces no solo en la sociedad, sino en la misma familia, en el trabajo, con el vecino. Cada vez se comparte menos, se mata al hombre interior creador, participativo, de relacionamiento por naturaleza, el compartir se limita al prójimo familiar y hasta se condiciona.
¿Dónde sé está perdiendo el camino o dónde se perdió? , ¿Es la sociedad en si?, ¿es el hombre integrante de esta sociedad, que se ha dejado envolver por los acontecimientos?
¿Quiénes están, o que esta fallando, las instituciones creadas por el hombre, la educación, el exceso de individualismo, el dejar de asumir nuestras obligaciones con la sociedad o dentro de la sociedad, la falta de respeto a la dignidad del hombre, la pérdida de un bien común?

Carlos Marcos Sebastiani B.
Enero 2008

Macanao, Isla de Margarita

Margarita, 12 de julio de 2007
Macanao
A tempranas horas de la mañana llegamos a Chacachacare.
Todavía no se había encapotado el cielo y la vista desde la cima del puente era espectacular. Normalmente uno esta acostumbrado a transitar sobre puentes que salvan accidentes del terreno, o sobre corrientes de ríos de agua dulce, pero incluido el puente sobre el lago en Maracaibo no hay otro más espectacular en la vista que ofrece que el que salva la boca de la entrada de la Laguna de la Restinga.
Se puede apreciar las riberas llenas del tupido mangle, el hermoso canal que se abre, por un lado al mar generoso, y por el otro a La Laguna, que como una mujer bonita esconde miles de encantos sólo para brindarlos al que se acerque con cariño.
Los pueblitos de Macanao se muestran humildes en su concepción. Pero en el ambiente se saborea el cariño y la lucha tenaz de sus habitantes por hacer de su terruño un sitio placido y agradable. Las ensenadas tranquilas, algunas profundas, acogen varias flotas pesqueras, cuyos barcos de mediano calado pero de robusta estructuras, ofrecen un medio a los pescadores para extraer las más variadas especies; comerciar con ellas internacionalmente, o en alta mar, y en la propia Isla. Las casitas que forman los pueblos no tienen más pretensiones que la de cobijar a sus dueños, eso si, se ven bien cuidadas y arregladitas lo que indica el cariño de sus moradores. Al igual que los pequeños cementerios donde cada sitio de reposo de los difuntos posee un techito que los protege del sol. Todas las casas están juntas unas de otras en una sola sucesión, a excepción de las más nuevas que se abren a la salida y entrada del pueblo. La mayoría de los techos de tejas se ven pintados con el pincel de la pátina del tiempo. Los guayacanes y anones se adornan con sus mejores colores, y el ardiente sol no logra hacerles mella, ni a casas ni a los frondosos árboles.
Macanao presenta un paisaje xerófilo con abundantes cardones tunas y yaguares, no faltan las verdes cuicas, ni la retama. Y los guatapanares compiten con los yaques y cujies. La tierra se muestra árida pero por retazos hay explosiones de verdes, en tonos intensos y claros. Sobre todo en las depresiones del terreno que forman los pequeños cerros y accidentes de la topografía donde se acumula, y permanecen, las agua de lluvia por más tiempo, luchando sin rendirse ante el ardiente sol.
De las poblaciones de Macanao siempre me han gustado Chacachacare, Boca de Río, ambas de costa, y San Francisco mediterránea por naturaleza. San Francisco es de una sola calle principal y varias laterales donde las casas han sido vejadas, saqueadas, muchas veces con la complicidad de sus dueños, quienes venden sus tejas, puertas y ventanas que han acumulado la experiencia del paso del tiempo, para ser colocadas en nuevas construcciones, en un afán de darles un sabor de antaño.
Laguna de Raya, Punta Arenas, La Pared, El tunal, El saco, son playas donde uno tiene para escoger la que más le guste. Todas son oceánicas, blancas arenas y suave oleaje. Realmente a uno le provoca bañarse, introducirse suavemente en las aguas, y sentir la caricia del sol y el frescor de las mismas.
Una de las cosas que extrañe de este paseo por Macanao fue la ausencia de pájaros, los cuales siempre abundan en la zona. Entre el clima brumoso y las esporádicas lluvias me quitaron el placer de ver esas saetas de colores surcando el cielo.

CMSB