miércoles, 27 de agosto de 2008

El diulce sabor del merey pasado

Los Castores, 24 de febrero de 2007
El dulce sabor del Merey Pasado
Mi buena amiga Rebeca Vargas tuvo la gentileza de regalarme un libro que es una verdadera joya: “El Luchador de Ayer”. Es una recopilación de noticias, reportajes y anécdotas que fueron publicadas en el revivido periódico El Luchador, con más de un siglo entre los guayaneses y fundado por el hoy fallecido Jorge Suegart.
Hojeando el libro me encontré que el 17 de diciembre de 1907 se publicó en El luchador un pequeño artículo que habla sobre el Merey pasado. Se aseveraba en ese artículo que para esa fecha era desconocido el Merey pasado en Ciudad Bolívar, que una señora lo trajo desde Santo Domingo; y visto que en Bolívar se daban de lo mejor, era posible aclimatar esa industria en la ciudad, cosa que sucedió.
Esta publicación trajo a mi memoria recuerdos de infancia. Nuestra casa en Ciudad Bolívar estaba situada en un sector que llamaban Los Morichales. Poseía un gran patio donde crecían orgullosas matas de mango, de tres o cuatro variedades, que daban hermosos racimos de colores intensos y suaves, de rojos, amarillos, rosados, y morados. Realmente a uno le costaba decidirse por cual. Había al menos tres árboles de guanábano, ciruelos de pulidas frutas rosas o moradas. Los dulces anones competían en sabor con los otros frutos. Los dulcísimos nísperos aguaban la boca de solo verlos. Y no digamos guayabas, naranjas, toronjas, parchitas y hasta árboles de olorosas sarrapias. Árboles sembrados en su mayoría por mi abuela materna: Mi tía Mina (Guillermina) como le decíamos. En la casa nunca faltaban mermeladas, compotas, cristales, caratos, y cuanta delicia se pudiera elaborar partiendo de cualquiera de las frutas que se daban generosas y casi sin par. Siempre preparadas con la paciencia que requería hacerlos, en esa época no habían ayudantes de cocina, licuadoras, cortadores etc. todo era hecho a mano con tamices, rallos y coladores.
Pero quizás uno de lo frutos que yo más apreciaba era el Merey, dulce, jugoso y un poco astringente. No perdíamos nada, hasta la semilla la asábamos, y era pasar una tarde de aventuras con mis hermanos. Las matas de Merey quedaban en el fondo del patio como a 40 ó 50 metros de la casa. Y siempre íbamos escondidos de la mirada de nuestros mayores quienes nos reclamaban que manchábamos la ropa con el jugo de la fruta, o que nos podía picar un animal. Correr detrás de los matos y tuqueques, las iguanas, o los pollos y gallinas, que vagaban realengos por el patio hasta que eran invitados a participar en un sabroso “pelao”[1] era el juego por excelencia. Debajo de las matas de Merey, en su pata, se arremolinaban puyuas matas de dulces y olorosas piñas, y cuando encontrábamos una era parte del regalo del día.
Pero habían excursiones autorizadas por mi Tía donde recogíamos mereyes, ella preparaba jugos, cristales y otros platos de dulcería, pero el mejor era el de Merey pasado, o en almíbar. Todavía guardo en mi memoria el sabor picante y dulzón del almíbar cuando se ponía a cocinar, el puntico de clavo especie. Y después de cocidos y escurridos, verlos secarse bajo el ardiente sol de Ciudad Bolívar. La casa se impregnaba del sabroso olor. Ver las semillas asarse sobre un pedazo de zinc, agujereado, rechinante sobre la candela, y luego extraer del negro carbón en que se convertía la nuez, agarrar la blanca crujiente, apetecible, y adictiva semilla del Merey. El dulce, una vez seco y oscurecido por el sol, no habría higo, orejones, o damascos que le ganare en sabor
Carlos M. Sebastiani B.
[1]Sabroso plato de la culinaria guayanesa con base en arroz, presas de gallina, alcaparras, etc.

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