martes, 24 de julio de 2007

Cuentos de la Isla

Margarita, 9 de julio de 2007

Despertar en Margarita, la Isla.

Despertar y ver un amanecer en la isla es una de las cosas más bonitas y sabrosas que uno puede vivir y disfrutar. Sobre todo si ese amanecer se vive en algún pueblito, o en el campo lejos del mundanal ruido de las ciudades más desarrolladas.
Dependiendo de la época del año la aurora comienza a pelear con lo que queda de la madrugada pintando el cielo; primero, de un rosa tenue que se va acentuando hasta dar paso a la claridad del día y luego esa claridad que a las pocos minutos de salir el sol se hace refulgente.
Ahí comienza todo, el canto sonoro de los pájaros va aumentando hasta poder escuchar al menos diez o más especies: Chiros, reinitas, paraulatas o chulingas, conotos, turpiales, pej-pej, azulejos, guayamates, palomas de todo tipo, hasta los mismos periquitos tanto autóctonos, como foráneos. Y sin contar los incansables loros y cotorras margariteñas, capaces de emitir nombres y hasta frases cortas, que confunden a quienes no han tenido el placer de oír “hablar” a uno de estos pájaros, y hasta le contestan cuando piensan que es una persona que se está dirigiendo a ellos.
La brisa fresca se enseñorea y comienza a pasear por entre las copas de los árboles, como saludando al nuevo día, y procurando a la vez despertar a sus compañeros diarios de aventuras. El sonido que hace el follaje de los robles, acacias, guayacanes, cuicas, cujies, clemones, palmas datileras, y hasta los frutales como mangos, guayabas, y guanábanos, se unen a las vainas o maracas del samán margariteño, para alegrarle la vida a todo bicho viviente que habite entre ellos, y además aliviar los momentos calurosos del día.
Animales como perros y gatos comienzan su patrulla diurna, y en los corrales las aves estiran alas y patas, un lado por vez, para luego emitir los kikirikies y los clo-clo mientras saludan al mundo picoteando el piso.
Las olas retozan en un abrazo junto a la blanca arena, y las aves marinas planean paseando en el cielo persiguiendo al viento para aprovecharse de su bondad en un suave planeo.
Los olores del mar se mezclan con el del orégano de los cerros. El de las arepas peladas y/o raspadas, quienes compiten por llegar más lejos, mientras la leña roja de furia esparce volutas de humo con olor de campo, olor de ollas de barro cociendo un hervido, o fritando empanadas, quienes atesoran los más deliciosos sabores en su interior.


Pero hay días que la lluvia logra ganarle la partida al sol, y entonces es cuando afloran las ganas de seguir acostado. Por las ventanas se puede observar un cielo brumoso, plomizo, dejando caer la lluvia en gotas de un
mismo tamaño, casi perfectas. Mojando el suelo y sacando sonidos de los techos, los cuales parecen invitar a seguir durmiendo abrigado dentro de la sabrosa cobija.


Carlos M. Sebastiani B.

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